Viene de aquí.
Dejamos la última entrega con las obras del estadio muy cerca de culminar en su primera fase, para comenzar la disputa de partidos en él. Las contribuciones de los socios sevillistas, con multitud de nuevas altas gracias a la mayor capacidad del nuevo campo, estaban empezando a dar frutos también sobre las cuentas del proyecto, pero las desviaciones presupuestarias derivadas del cambio de cimentación provocaron peticiones de aplazamientos en las cuotas de amortización y la pelota de los intereses iba engordando a marchas forzadas.
Como consecuencia de ello, da inicio la diáspora de estrellas blancas para aliviar la carga financiera, con las salidas primeramente de Ramoní, Arsenio y Pepillo, que marcha al Real Madrid. En las temporadas siguientes, serán, entre otros, Agüero (también al Real Madrid), Szalay, Pereda, Paco Gallego y Oliveros (FC Barcelona), Canario (Zaragoza) o Ruiz Sosa (Atlético de Madrid) las grandes figuras que el Sevilla F.C. se verá obligado a traspasar para hacer frente a sus deudas, algo que no tenía precedentes en toda la historia del club, debilitándose en lo deportivo como nunca, hasta provocar una crisis de grandeza que ha durado hasta antes de ayer, como quien dice. No hay duda que, de no haber sido por el estadio, el palmarés sevillista no habría decaído como lo hizo, ni hubiera habido travesía del desierto. Como tampoco hay duda de que los recientes éxitos cosechados no han hecho sino devolver al club al lugar natural que se había forjado y que su propio estadio le arrebató cuando nadie podía siquiera toserle a sus alrededores. Mientras éste fue el precio que el Sevilla debió pagar por su estadio, otros muchos clubs con los que competía se sostenían gracias a las ayudas de los Ayuntamientos que pusieron a su disposición en inmejorables (o inexistentes) condiciones campos magníficos. La situación fue tan agónica que el club estuvo en varias ocasiones al borde de la liquidación, con las autoridades deportivas y políticas mirando hacia otro lado, mientras a su eterno rival le obsequiaban, por ejemplo, con el campo de Heliópolis por una copla.
En 1964, una operación milagro, consistente en la venta de terrenos aledaños al Gol Norte del estadio que eran propiedad del club, a la inmobiliaria Peninsular de Construcciones, supuso un alivio (pasajero y aparente) para las arcas sevillistas. Se acordó la transmisión de un total de 22.000 metros cuadrados del total de 86.000 metros cuadrados propiedad del Sevilla F.C. en la manzana del estadio. Un total de 46.600.000 pesetas fue el montante de la operación que, aunque no lo parezca, fue auténticamente leonina. De ellos, 10,5 millones, con el consenso de la junta de obligacionistas, se transferirían en su día a la sociedad adquirente de los terrenos, que reabsorbería las obligaciones en la mencionada cuantía, liberando a los obligacionistas tras percibir éstos su principal e intereses. Una cifra de 20 millones se satisfaría mediante la asunción por el comprador de otros pasivos a medio plazo de la entidad. Finalmente, la diferencia hasta la suma total de venta, unos 16 millones de pesetas, se destinarían a pagos urgentes de tesorería, principalmente, intereses y amortizaciones de obligaciones vencidas y compromisos de tipo fiscal. Es decir, de los 46.600.000 pesetas, únicamente 16.000.000 implicaban ingreso de tesorería en el club, aunque con las horas contadas. El resto, 30 millones, se percibían en especie. La operación resultó a la postre ruinosa, evitando el desastre absoluto una inteligente estrategia de Cisneros Palacios para deshacerla, revertir las prestaciones y volver a transmitir los mismos terrenos en mejores condiciones.
La Asamblea de Obligacionistas en la que se aprobó dicha operación nos dejó detalles muy elocuentes de la angustiosa situación del club y los difíciles tiempos que se estaban viviendo. El Presidente Juan López Sánchez fue muy claro en su intervención:
“… la inversión que tan generosamente realizasteis, cuando suscribisteis las obligaciones que emitió el Sevilla C. de F. no fue estrictamente una inversión mercantil.
Vosotros no acudisteis a la emisión de obligaciones de una sociedad anónima, sino de una corporación deportiva que, gracias a vuestro esfuerzo, pudo realizar algo de tanta importancia, no ya para el Sevilla sino para Sevilla, como fue la construcción del estadio Ramón Sánchez Pizjuán, querido e inolvidable presidente de este club, a quien tengo que dedicar el emocionado recuerdo de tenerlo aquí, en vuestros corazones y en el mío, por presente.
Al realizar una inversión en una entidad deportiva corristeis los riesgos y os sometisteis a los avatares de una actividad que está condicionada por las veleidades de los fenómenos de masas. No creo hacer ningún descubrimiento importante si os digo que el futbol como espectáculo ha atravesado y está atravesando una crisis de suma gravedad.
De dicho fenómeno –que no es circunstancia local, sino que es algo con ámbito nacional, e incluso, si me apuráis, con trascendencia mundial, ha participado el club decano de nuestra capital.
Y esta crisis, que se produjo además en el momento en que, por razón de unos antecedentes brillantes, mayor era la euforia de los clubs y más denso, por tanto, el núcleo de sus compromisos, es, en definitiva, lo que ha impedido que se atiendan en los plazos previstos vuestras obligaciones, como hubiera sido nuestro deseo y el de las Juntas directivas que nos precedieron.
Cuando nos hicimos cargo de la presidencia del Sevilla, momento que coincidió con el más agudo de la crisis antes enunciada, nos encontramos con un pasivo que respondía a una proyección hacia el futuro totalmente irrealizable, porque el fútbol, como espectáculo, empezaban a ser un hecho histórico; nos encontramos también con el montaje de una organización que si era conveniente para empresa del fútbol como fenómeno de masas, no lo era, en cambio, para el fútbol de club, que es la realidad actual del fútbol.
Impusimos, por tanto, desde el primer momento, una política de recia e insoslayable austeridad, que ciertamente no nos ha hecho populares, y nos propusimos sanear la hacienda del club para pagar a los acreedores del mismo, y muy especialmente, a ustedes, que, aparte de ser privilegiados por la naturaleza de su crédito, tienen otro privilegio, ante nosotros no menos importante, que es el de la gratitud que el club os debe por haber contribuido y haber hecho posible la creación del estadio que Sevilla se merece.
A todas estas líneas de pensamiento y de conducta responde la operación que, en su momento, os expondrá don Francisco José García Martínez. En ella jugáis un papel primordialísimo, tan importante que, en definitiva, su realización va a depender de vosotros, pues, por respeto a vuestros créditos y por agradecimiento a vuestra conducta, no hemos querido ultimarla definitivamente hasta conocer vuestra opinión.
Y voy a terminar mi intervención, pero no sin deciros antes que tengo plena confianza en que vosotros, como sevillanos y como sevillistas, adoptaréis aquella decisión que más convenga a los intereses del Sevilla.
¡Viva el Sevilla!”
La venta de los terrenos de Gol Norte no era la solución más fácil, había otra que hubiese sido la natural, pero que expresamente se descartó: un convenio de quita y espera, esto es, un expediente legal que hoy todos conocemos como concurso de acreedores. Pero eso de dejar tirados a tus acreedores por la misma cara abrazando una ley concursal queda sólo para los clubs sinvergüenzas que no tienen un mínimo de categoría y dignidad.
“Se ha dicho o se ha escrito que el Sevilla tiene una solución distinta a su alcance, que es la de plantear un expediente de quita y espera. Esto supone no pagar a los acreedores o, al menos, no pagar totalmente. Por esta razón, el Sevilla no podía acceder a ello.”
“… no se recurrió al mismo. Por eso y porque en el Sevilla todos fuimos o somos uno, fieles a la palabra empeñada y a la obra que inició aquel maestro de sevillistas que se llamó Ramón Sánchez-Pizjuán, genio fundacional de la obra del estadio.”
Pero si el sevillismo se las prometía felices con dicha venta, después de sobrevivir a duras penas a la asfixia financiera de la deuda de su estadio, allí estaba el Ayuntamiento de todos los sevillanos, ése que apenas un par de años atrás le había regalado Heliópolis al Real Betis Balompié, para darle la puntilla al club titular de la ciudad.
La decisión, auténtica puñalada a traición que hoy les ofrecemos en primicia, pues no tenemos constancia de nadie la hubiera contado antes, consistió nada más y nada menos que en recalificar 11.000 metros cuadrados de la explanada de Preferencia en la que hoy se encuentra el Centro Comercial Nervión Plaza. Sí, no nos hemos equivocado. No les estamos hablando de la operación realizada en tiempos de Luis Cuervas, sino de la tropelía urbanística que el Ayuntamiento sevillano le hizo al Sevilla F.C. en la década de los sesenta.
Efectivamente, todos los terrenos propiedad del Sevilla F.C. en Nervión gozaban al tiempo de iniciarse su construcción de la calificación urbanística de zona edificable. Repetimos, todos los terrenos de la manzana propiedad del Sevilla F.C. Sin embargo, el Ayuntamiento de la ciudad, mediante el Plan de Ordenación de 1963, justamente cuando la crisis del club sevillista era la mayor de toda su historia y estaba al borde de la desaparición, dispuso el cambio de esa calificación, convirtiendo lo que era terreno edificable en zona verde, concretamente, parque público de aparcamientos, arruinando su cotización y, con ello, cargando de lastre para largas décadas los grilletes que atenazaban la economía sevillista.
El Presidente sevillista Juan López Sánchez, en una entrevista informal con diversos medios de comunicación, confesaba lo siguiente:
“… el Sevilla soporta aún un pasivo a corto plazo cuyas cargas financieras son muy elevadas y no pueden cubrirse con los ingresos normales del club …”
“… como contraste, la sociedad retiene un patrimonio en solares, cuya presumible revalorización no absorberá nunca dichas cargas financieras …”
“… el Sevilla ha de ir a la enajenación de esos solares…”
La operación de venta de los terrenos de Gol Norte con Peninsular de Construcciones se había realizado el año anterior, pero el Presidente sevillista insistía en que la solución, no definitiva, pero sí importante, de los problemas del club, pasaba por seguir vendiendo más terrenos circundantes del Ramón Sánchez-Pizjuán. Eso sí, siempre que se revisase la calificación urbanística del nuevo PGOU para que la naturaleza de los terrenos volviese a ser la que había sido, zona edificable. Las gestiones y conversaciones con la Alcaldía antes, durante y con posterioridad a la aprobación del PGOU y las buenas palabras que se encontraba siempre el máximo mandatario blanco le hacían albergar esperanzas. De hecho, López Sánchez, muy ingenuamente, llegó a hablar de la “presumible revalorización” de los solares, pero estaba profundamente equivocado.
“Sí, estos solares –que tienen actualmente, como terrenos edificables, un gran valor- han sido considerados en principio por el Plan de Ordenación Urbana del sector como zona de aparcamiento. En definitiva, como terrenos no edificables.”
“… espero del Ayuntamiento de la ciudad … que resuelva rápidamente la situación de aquellos solares, básicos en el patrimonio del Sevilla, haciendo así posible la solución del problema económico del club.”
Lo que pasó finalmente lo sabemos todos. El Ayuntamiento confirmó el cambio de calificación de aquel suelo propiedad del Sevilla F.C., para hacerlo de peor condición, pasándolo de edificable a zona verde, y con ello, sepultando las esperanzas de recuperación económica de la entidad.
“Los terrenos excedentes del Club decano han sido adscritos a zona verde”.
Decisión muy dolorosa, auténtica condena en vida para el club de Nervión, que se encargaron de imponer dos Alcaldes franquistas, Mariano Pérez de Ayala (que fue quien “regaló” Heliópolis al Betis) y José Hernández Díaz, reconocido aficionado bético y célebre Catedrático de Historia del Arte en nuestra ciudad. Y de este modo, con Benito Villamarín al timón, su “padrino”, Teniente Coronel Jefe de la Región Militar, Eduardo Sáenz de Buruaga en la sombra, y el concejal falangista Alfonso Jaramillo pululando por los pasillos del Consistorio, fue como se gestó, a finales de los cincuenta y primera mitad de los sesenta, el resurgir deportivo bético y el hundimiento sevillista.
La directiva nervionense, desesperada ante la hecatombe económica que acosaba al club, llegó a proponer incluso una solución de última instancia, a la vista de que el Ayuntamiento no estaba dispuesto a reconsiderar la calificación urbanística tan perjudicial otorgada ahora a aquellos solares. La idea planteada era un reconocimiento indirecto de aquellos derechos implícitos de la edificación que le habían sido despojados (auténtica expropiación sin justiprecio) al club, mediante una permuta consistente en la cesión al propio Ayuntamiento de una parte de los terrenos excedentes de la manzana del estadio para un uso público acorde a su nueva calificación como zona verde, a cambio de obtener del Consistorio, como compensación, otros terrenos edificables de su propiedad, como lo habían sido originalmente los del Sevilla F.C. Aquello, como se pueden imaginar, ante un Ayuntamiento que hacía oídos sordos a las demandas de socorro del club decano, tampoco pudo prosperar.
De nada sirvieron las visitas al Gobernador Civil Utrera Molina, y al Alcalde Hernández Díaz, ambos reconocidísimos béticos. Mucha cortesía, mucha palabrería estilosa, palmaditas en la espalda, pero cero implicación práctica con el Sevilla F.C.
Y es así como, al igual que el Ayuntamiento sevillano se propuso en diversas ocasiones levantar de la ruina al Real Betis Balompié sosteniéndolo y resucitándolo a base de enchufarle subvenciones, alquileres ridículos y la propia “venta” del Villamarín a precio de chiste (auténtica donación), por no hablar nuevamente del tocomocho de Villa Heliópolis, ese mismo Ayuntamiento se encargó de arruinar al Sevilla F.C., privándolo de derechos adquiridos (la calificación edificable de sus terrenos y su correspondiente valor) y cercenando cualquier posibilidad de recuperación económica y, por ende, deportiva de la sociedad. No lo decimos nosotros, lo dijo el Presidente sevillista Eugenio Montes Cabeza, cuando se iniciaba la aventura de una nueva hazaña, la terminación del estadio, con palabras agudas y a la par, elegantes:
“… por un acto administrativo, promovido en su día por el Ayuntamiento, el club vió sensiblemente mermada su limitación de dominio sobre gran parte de su patrimonio. Fue cuando once mil metros cuadrados de terrenos de su propiedad, colindantes con el estadio, fueron considerados como ‘zona verde’. Si ello no hubiera ocurrido así, el club dispondría ahora de los medios suficientes para terminar su estadio y convertirse al mismo tiempo en uno de los clubs más poderosos de España.
… el Sevilla pide que, con él, se siga el mismo criterio que el Ayuntamiento tuvo para con otro club de Sevilla, al que le dio un campo en condiciones ventajosísismas. No critico aquella medida … pues considero que, por lo que económicamente representa para la vida de una ciudad, siempre está justificado el apoyo que se le preste al fútbol, pero pedimos el mismo trato de favor”.
No hablamos, por tanto, de que no se le concediera al Sevilla un “conejo sacado de la chistera municipal” como hizo en varias e importantes ocasiones con el Betis, sino de que el Ayuntamiento arrebató al club algo que era suyo de antemano, el valor implícito de aquellos terrenos derivado de su edificabilidad. Desde esta perspectiva, parece evidente que la posterior recalificación de 1987 de Luis Cuervas y Manuel del Valle no fue sino la reparación de un daño histórico, la devolución de las cosas a su estado primitivo, el reconocimiento de aquel suelo como lo que había sido, edificable antes que verde, y no la concesión de ningún favor ni prebenda injustificada al Sevilla F.C. Simplemente se le devolvió al Sevilla lo que era suyo y el Ayuntamiento de su propia ciudad le había usurpado 25 años atrás. Invocar esta recalificación como agravio comparativo con el Real Betis Balompié o como compensación en sevillista por los descomunales favores municipales históricamente concedidos al club de la Palmera, además de ignorante e infundado, es simple y llanamente, de una desvergüenza sin límites.
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