lunes, 17 de enero de 2022

NO SOMOS IGUALES



En 1918, en partido eliminatorio de Copa de Andalucía que jugaban Betis y Sevilla, en campo bético, una acémila saltó al terreno de juego con un palo y una navaja cabritera y le asestó al jugador sevillista Manuel Pérez un navajazo por la espalda, que tuvo que ser enviado a la Casa de Socorro en el Prado de San Sebastián para recibir los primeros auxilios médicos. El Betis, que ya llevaba varios años sin ganar al Sevilla, lo hizo en esa ocasión, no sin antes amedrentar a los jugadores sevillistas que recibían bofetadas cuando se acercaban a las bandas. El partido terminó con varios jugadores béticos en los calabozos.

La celebración verde se efectuó por todo lo alto en un restaurante sevillano, con chascarrillos dedicados a los jugadores sevillistas y buena parte de la prensa criticó la forma en que lo consiguieron. Al día siguiente aparecieron octavillas por la ciudad señalando y poniendo en la diana a los periodistas que firmaron crónicas críticas por la forma de actuar del club verdiblanco.

No abundaremos en las malas artes que durante las siguientes décadas practicaron, fruto de la frustración por no conseguir superar al club sevillista absolutamente en nada, hasta el punto de ser siempre el eterno segundón de Andalucía a la sombra del Sevilla FC.

Pero sí nos detendremos en dos casos muy particulares entre tantos otros, uno con no demasiados años, 2007, eliminatoria de copa en el que Manuel Ruiz de Lopera, presidente del Betis, se dedica a calentar el partido días antes con sus improperios habituales, haciendo casi imposible la asistencia de la afición sevillista, incluso se atreve a prohibir la entrada al presidente de la institución nervionense, caso único en el mundo del fútbol. 

Resultado: otro energúmeno arrojó una botella que impactó en la cabeza del entrenador blanquirrojo Juande Ramos que cayó desplomado en las inmediaciones del banquillo, con la consecuente suspensión del partido que debió ser disputado en Getafe a los pocos días, aunque en esta ocasión el club bético no consiguió la victoria, es decir, no le funcionó la vergonzante estrategia perfectamente premeditada.

Lejos de condenar los hechos, algún que otro directivo bético casi juró ante los medios de comunicación que la botella no le había impactado y no tuvo más remedio que rectificar ante la evidencia de las imágenes televisivas (eso sí, nada de pedir disculpas) otro episodio más absolutamente deleznable, de la misma forma que pudimos ver en imágenes cómo la afición bética insultaba al entrenador sevillista conforme era transportado en camilla hasta la ambulancia que le trasladaría al hospital.

Y, por fin, la siguiente historia con similar modus operandi, comenzaría a urdirse en un partido entre el Rayo Vallecano y el Betis en Vallecas hace pocos días. Un jugador bético es expulsado por, casi, partirle el cráneo al contrario y la culpa fue… del Sevilla FC.

Les vino como anillo al dedo sabiendo ya que el próximo rival de copa sería el club sevillista, obtuvieron la ocasión perfecta para hacer llegar el mensaje (obra propagandística derivada de sus orígenes militares que fueron puliendo con el paso de las décadas) que consistía en que la cúpula arbitral está manejada por hilos sevillistas con el objetivo de perjudicar al Betis, algo que no pueden demostrar, pero de lo que están absolutamente convencidos.

La institución verdiblanca sólo necesitó hacer un muy sibilino comunicado de protesta por el arbitraje (en general) que sufren, pero determinados políticos, periodistas, algunos directivos de verde y personajes de relevancia simpatizantes (o realmente ultras) béticos, lanzaron un mensaje mucho más explícito muy centrado en la figura del jefe de los árbitros, Luis Medina Cantalejo como personaje que es manejado desde el Sevilla FC.

Resultado: un aficionado verdiblanco con el cerebro de una avellana, lanzó un objeto en forma de barra impactando en la cabeza del jugador sevillista Joan Jordán. La historia se repite una y otra vez, no importa la época, no importa qué dirigentes, ni el paso de los años en sus aficionados ha influido para que la idiosincrasia acomplejada de este club de Sevilla, más que les pese, cambie y se centren en competir para ser mejores que sus rivales sin más.

Una vez más, lejos de condenar los hechos, hacen chanza de lo ocurrido, sus jugadores se burlan del agredido, hablan de teatro, sus directivos se mofan, es la peor cara del fútbol más allá aún del aficionado ultra. La parodia de Guardado es el símil de aquella celebración basada en los chascarrillos sobre jugadores sevillistas ocurrida en 1918. No han cambiado ni un ápice en más de un siglo.

La leyenda del Betis está basada en una historia de fantasmas que supuestamente habitan en Nervión, de hilos invisibles, de persecuciones, de ogros, de hechos indemostrables, de conjuras y confabulaciones contra ellos que habita en el subconsciente colectivo que se hace carne y toma forma en el Sevilla FC, al que tratan de sobrevivir como si de una guerra se tratase.

¿El pecado del Sevilla FC? Ganar, ganar, ganar y ganar más veces que ellos porque de eso se trata la competición.

Y alguno se preguntará, ¿no ha habido algún descerebrado en el Sevilla FC?

La respuesta es sí. Rotundamente. La diferencia estriba en que la institución sevillista no ha calentado las situaciones previas o en muy raras ocasiones, desde luego no con la premeditación de la que estamos hablando y hemos demostrado. Y por supuesto, no en tantas ocasiones. 

Basta ya. 


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